Iglesia
Carta Pastoral por el Año de la Eucaristía 2021
Lo reconocieron al partir el Pan
A los sacerdotes y demás ministros de la Iglesia,
A los agentes de Pastoral,
A los miembros de movimientos, Institutos de Vida Consagrada,
y todas las asociaciones de vida cristiana,
A los fieles de todas las Diócesis,
A quienes se interesan por el caminar de la Iglesia Católica en el Paraguay,
Queridos hermanos y hermanas,
El pasaje evangélico de Emaús (Lc 24,13-35) acompaña el camino de nuestra Iglesia en un nuevo
trienio que iniciamos con el Año de la Palabra y damos continuidad con el Año de la Eucaristía.
El lema de este año, “Lo reconocieron al partir el pan”, lo meditamos en la misma experiencia del
lema anterior, “Nos ardía el corazón cuando nos explicaba las Escrituras”. El camino de Emaús es
un ícono de la celebración eucarística, en la que el Resucitado se hace compañero de nuestro andar,
nos explica las Escrituras y renueva la Fracción del Pan. El corazón de nuestra Iglesia, encendido en
la Palabra de Dios, quiere renovarse en la súplica de aquellos discípulos que le dijeron al Señor,
“quédate con nosotros”. Queremos vivir este año con fe y adentrarnos en el conocimiento, en la
celebración, en la adoración y en la vivencia de la presencia viva y real del Señor, que nos regala el
sacramento de la Eucaristía.
Necesitamos seguir promoviendo el amor a la Palabra. En el “Año de la Eucaristía” debemos
seguir meditando sobre las Escrituras. “En efecto, en la Misa se prepara la mesa tanto de la Palabra
de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles se instruyen y se alimentan” ( IGMR 28).
Jesús es la Palabra eterna hecha carne (cf. Jn 1,14) y Él nos comparte el pan que es su carne para
darnos vida eterna (cf. Jn 6,51). Como Iglesia queremos ser el espacio de encuentro con el Señor,
que nos convoca con su Palabra para compartir su alimento, su Cuerpo y su Sangre. Por eso
decimos en cada misa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!”
Es nuestra misión mantener viva la memoria, crear y fortalecer medios pastorales que favorezcan
este encuentro.
Los signos corporales de la celebración eucarística expresan la realidad del encuentro con Cristo,
propio de la experiencia de fe. No es extraño que sintamos añoranza de las asambleas presenciales,
que debido a las medidas sanitarias de la pandemia actual hemos debido postergar. Podemos incluso
pensar, que no estarían dadas las mejores condiciones para celebrar un año con un tema tan central,
pero no es así. La celebración eucarística acompaña todos los momentos de nuestra vida, los buenos
y los malos, y nos da la gracia para ahondar en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
El misterio de Jesucristo
Los discípulos de Emaús reconocieron a su Señor, mientras estaba con ellos a la mesa y al realizar
el gesto de partir el pan (Lc 24,35). Sus mentes se habían iluminado con las palabras de Jesús y sus
corazones estaban llenos de fervor, para comprender el signo del Maestro. Por ello, la Eucaristía es
el signo sacramental, que nos ayuda a conocer a Jesús verdaderamente. San Pablo dice, que “ya no
conocemos a Cristo según la carne” (2 Co 5,16), es decir, con criterios puramente humanos. Lo
conocemos como Aquél, que se entregó por nosotros y vive compartiéndonos el don de ser nuevas
criaturas en Él.
Por eso meditamos las Escrituras para conocer el “resplandor de la gloria de Dios” que él nos reveló
(Hb 1,3) en su vida concreta, en sus palabras, en sus acciones, en la gran gesta de su Pasión, Muerte
y Resurrección. “El verdadero Jesús”, Hijo de Dios, hombre de carne y hueso, de discernimiento,
decisiones, oración, amor apasionado al Padre y a la humanidad, viene a nuestro encuentro en la
Eucaristía. La presencia “real” nos dice que bajo las especies eucarísticas está realmente presente
Jesús.
La Eucaristía nos abre a todas las dimensiones del Misterio de Jesús, que es mayor que nosotros y
no puede reducirse a la medida que nosotros deseamos. Es un banquete, iniciado en la noche del
Jueves Santo antes de la Pascua, en el que somos convidados a recibir el don: «Tomen, coman…
Beban todos…» (Mt 26,26.27). Dios hace comunión con nosotros y quiere que vivamos esa
comunión entre nosotros. La Eucaristía es el sacrificio, que se ofrece una vez por todas, en el que
hacemos memoria (cf. Lc 22,19) y se hace actual la entrega del Resucitado, que sufrió y murió por
nosotros. En la celebración eucarística, no sólo el pasado se hace actual, también se anuncia y
anticipa el futuro en la última venida de Cristo, principio y fin de todo lo creado. Estas verdades nos
llenan de esperanza, porque nos recuerdan que no estamos solos. Jesús permanece con nosotros
hasta el final de los días (Mt 28,20).
El misterio del “Cuerpo de Cristo”
La Iglesia, Cuerpo de Cristo, camina con su Señor. Somos un cuerpo vivo gracias al Espíritu Santo
que nos anima y a la presencia de Jesús que se renueva en cada memorial que celebramos. La
Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y su máxima expresión.
La fe en el Cuerpo de Cristo es fundamental. Afirmamos y creemos que el pan y el vino que
compartimos son el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Al comulgar nos unimos al cuerpo de la Iglesia
misma, en la comunidad, en la creación, en los más pobres, en todas las situaciones donde están
“esos pequeños que son (sus) hermanos” (Mt 25). El cuerpo de Cristo abarca una inmensa red y es
una red corporal, no meramente virtual. San Juan, en su primera carta, nos exhorta a vivir la
comunión integralmente: “todo el que confiesa que Jesucristo realmente se hizo hombre es de Dios”
(1 Jn 4,2) y por ello “si alguien dijera: „Amo a Dios‟, pero aborrece a su hermano, sería un
mentiroso” (1 Jn 4,20). Estar unido al Cuerpo de Cristo en la celebración eucarística es amarlo en
la familia, en la comunidad, en la sociedad, en los que sufren. La liturgia del Cuerpo de Cristo, la
Iglesia, es inseparable del servicio en la vida cotidiana y en la acción social.
El misterio de la comunidad
“La Eucaristía es fuente y culmen” de la vida eclesial (Lumen Gentium 11), pues ella contiene toda
la riqueza de la vida cristiana. Queremos “vivir eucarísticamente” comprendiendo y asumiendo el
significado de este don en plenitud. El rito en el que conmemoramos y compartimos el pan
eucarístico resume el misterio de la fe, de la vida y de la misión de la Iglesia.
Cada vez que celebramos la Santa Misa estamos llamados a hacer realidad el ideal de comunión,
como lo hicieron los Apóstoles en la primera comunidad: “un solo corazón y una sola alma” (Hch
4,32). Los primeros cristianos compartían los bienes espirituales y también los materiales (cf. Hch
2,42-47; 4,32-35). Este Año de la Eucaristía, en el marco de la crisis social y económica de la
pandemia, debe ser un tiempo para acercarnos a vivir lo más posible este gran ideal de la
solidaridad, al que el Señor nos convoca a compartir lo que somos y lo que tenemos.
Jesús llamó a un grupo y vivió en cercanía con ellos. Los llamó “amigos” (cf. Jn 15,15). La vida
cristiana tiene una dimensión comunitaria fundamental. En la comunidad interactuamos y nos
“topamos” con el cuerpo de Jesús en el cuerpo de los hermanos y hermanas.
La Iglesia se reconoce como “cuerpo místico” de Jesús, realidad que San Pablo al comparar los
múltiples miembros del cuerpo con la vida de la Iglesia (1Co 12, Rm 12). En la vida comunitaria,
el Evangelio es mucho más que un “mensaje”, es una vivencia, en la que se abraza concretamente el
camino de Jesús. La comunidad es el primer sacramento: escuchando, compartiendo alegrías y
penas, participando, ofreciendo nuestros talentos, discerniendo, superando conflictos, practicando el
perdón y la reconciliación, vivimos, “somos” el cuerpo de Cristo. Por esto no hay una “eucaristía
privada”. Siempre hacemos eucaristía en comunidad para recibir el don de la comunión. La vida
comunitaria es el pre-requisito de la celebración eucarística.
El misterio de los ministros
Los ministros de la Iglesia son nuestros hermanos. Todos juntos celebramos la eucaristía. A los
ministros les toca saludar, bendecir, pronunciar las palabras por Jesús, en nombre de él, siendo
como él, sacramentalmente, en medio de nosotros. Les toca presidir, ser los primeros en manifestar
que todo lo recibimos del amor gratuito de Dios, para compartirlo también gratuitamente. La misa
no es de uno, no es propiedad de algunos, es siempre la acción de Dios en medio de nosotros que
recibimos con alegría.
Debemos rezar por nuestros obispos, por nuestros presbíteros, por los diáconos y por todos los
ministros extraordinarios que sirven en la celebración de la Eucaristía y en la vida de la Iglesia.
Ellos deben sentir y vivir la profundidad del ministerio, del cual son servidores. De este modo
enseñan a los fieles a vivir eucarísticamente, en comunión y en acción de gracias.
Queremos que cada uno redescubra su vocación en el único Cuerpo de Cristo, cada cual en su
ministerio y misión propia, con sus talentos y carismas. En este Año de la Eucaristía esperamos que
se renueve el ardor apostólico de los obispos. Que obispos y presbíteros celebren cada día la Santa
Misa con alegría y fervor, como testigos y anunciadores del Amor de Dios, concretizado en el Pan
Consagrado que sostienen en sus frágiles manos. Que los diáconos y los ministros de la Palabra, de
la Sagrada Comunión y del altar, sean ejemplo como servidores y tomen conciencia viva del don
recibido, que nos posee a nosotros y del que no podemos adueñarnos. Que los candidatos a los
sagrados órdenes se hagan amigos sinceros de Jesús en torno a la mesa, en la que somos una sola
familia. Que los consagrados y las consagradas lleven y contemplen a Jesús en sus corazones y en
los corazones de todos los hijos e hijas de Dios, como sagrarios vivos de su presencia. Que todos
los fieles descubran el don eucarístico con su gracia que nos lleva a ser santos en la vida cotidiana
en el mundo, en la profesión y ocupación de cada uno, sea niño, joven, adulto o anciano. Que la
familia se haga Iglesia y recupere su belleza en el amor ofrecido de esposos, padres, hijos,
hermanos, abuelos y todos los allegados al grupo familiar.
El misterio del amor
El Papa Francisco en su última encíclica “Todos Hermanos”, nos recuerda que la comunidad no es
un club o círculo cerrado. La verdadera fraternidad está abierta a una dimensión universal y la
familia al bien común, de lo contrario se transforma en mafia (Fratelli Tutti 28). En esta pandemia,
mientras celebramos con asambleas reducidas, tenemos más conciencia de estar allí con muchos
otros: parientes, vecinos, gente que no pudo estar por enfermedad y otros impedimentos y, más allá
todavía, con todo nuestro mundo en plena crisis sanitaria, económica, ecológica. La pandemia, si
así lo decidimos, nos hace más sensibles y más solidarios.
En la Eucaristía, Cristo convoca a toda la humanidad, vivos y muertos, a toda la creación para dar
gracias (cf. Gn 1,31) y para transformarla en su cuerpo y sangre, alimento para la vida del mundo.
Por esto, no vamos a misa para conformarnos con nuestro pequeño círculo sino para abrirnos al
amor infinito del Padre por el Hijo, en el que nos abarca como hijas e hijos adoptivos.
Desde esta primera contemplación de la Trinidad somos a la vez incluidos y enviados. Entramos en
el misterio de Dios que ama y Él nos invita a seguir su mirada y amar de la misma manera radical: a
los pobres (Lc 6,20), a los enemigos (Mt 5,44), a los forasteros (Mt 25,35), a los criminales (Lc
23,43)…
En la Última Cena según el evangelista Juan (13,1-20), el servicio es esencial. San Pablo insiste en
que la eucaristía sin caridad es una contradicción (cf. 1 Co 11,17-22.27-34). Hoy, en la mesa
eucarística, nos comprometemos a edificar una sociedad más equitativa y fraterna donde el amor
supera el afán de poder, la justicia supera el afán de tener y la alegría de compartir supera el afán de
acaparar egoístamente.
Solamente en el amor mutuo y en la atención a los más vulnerables se nos reconocerá como
verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35; Mt 25,31-46), ayudando en todas partes a superar las
barreras que nos distancian y nos dividen. Este tiempo de pandemia nos hace tomar conciencia que
en nuestra sociedad fracturada y polarizada, hay hambres que saciar: el hambre de vida digna, de
tierra, techo y trabajo, el hambre de justicia y de paz, de educación y salud, el hambre de ser parte
de una comunidad honesta, fraterna, solidaria, el hambre de ser familia, de reconciliación, de
diálogo, de respeto, de seguridad,… Hay hambre también de sentido de la vida, un hambre
insaciable que busca lo incorruptible, lo eterno.
El misterio de la Creación
La Eucaristía es acción de gracias, en la que Jesús, en su sacrificio, en su obediencia incondicional a
la voluntad del Padre, da su “sí” y bendice a toda la humanidad y a toda la creación. El misterio
eucarístico nos reconcilia con el Creador y con la Creación, recordándonos que somos responsables
en el cuidado de la Casa Común, que nos brinda alimento, hogar, abrigo y fuente de vida y salud.
Toda la vida cristiana debe ordenarse al bien común, en la familia, en la escuela, en la fábrica, en las
instituciones públicas y en las empresas privadas. Cuidar el bien común es participar de la
comunión que sostiene la vida.
Los que decimos “gracias”, celebrando la Eucaristía que ofrecemos en Cristo por todos, debemos
ser testigos/mártires que están dispuestos a dar su vida para que todos tengan vida. Queremos una
“cultura de la Eucaristía” que promueva una cultura del diálogo, que da fuerza y alimenta la vida,
que fomenta encuentro, tolerancia, respeto, solidaridad, fraternidad, valores humanos universales
que dan solidez y sentido a nuestra vida social.
La Eucaristía convoca a toda la creación porque en Cristo todo fue creado “lo del cielo y lo de la
tierra, lo visible y lo invisible, tronos, dominaciones, principados, potestades, todo” (Col 1,16). La
creación es otro cuerpo, que debemos aprender a cuidar solidariamente: “la Eucaristía es de por sí
un acto de amor cósmico” (Laudato Sí 236). Vivir eucarísticamente es un compromiso con una
“ecología integral” (Laudato Sí cap. 4).
Nuestra Pastoral Social Nacional trabaja en la formación de agentes de la ecología integral, y a
muchos fieles comprometidos en el campo de la justicia social y del cuidado del medioambiente.
Hay que unirnos mucho más y avanzar con propuestas, acciones y proyectos que generen una nueva
conciencia y una nueva práctica ecológicas, superando los modelos de consumo, de autosuficiencia
egoísta, de explotación sin criterio y de lucro desmedido. En la eucaristía saludamos a la tierra que
produce frutos, a la labor humana que los transforma, a la comunidad festiva que los comparte en
espíritu de acción de gracias. Actualizando y restaurando este ciclo, vivir eucarísticamente es ser y
cumplir con las palabras que se pronuncian en la ordenación de los presbíteros, cuando se les
entrega la patena y el cáliz: “considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu
vida con el misterio de la cruz del Señor.”
En otras palabras, presentar los frutos de la tierra en la eucaristía es asumir que no se transformen
en cualquier cosa, en ganancia fácil y egoísta, en desechos y basura, en injusticia y desigualdad,
sino en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Sabemos de los desequilibrios sociales y ambientales en los que vivimos, pero nuestra conciencia
sufre una grave ceguera y una negación que agudizan los problemas. La pandemia deja un balance
de heridas y traumas: desempleo, violencias, angustia, depresión, suicidios,… El personal de la
Salud está agotado. El mundo de la educación está muy afectado, tanto los alumnos como
educadores. En este contexto conviene volver a marcar el “poder sanador” de la eucaristía que
restaura y sana porque nos vuelve a abrir al amor universal. Así volvemos a expresar el sentido de
nuestro destino común: todo “por Él, con Él y en Él” hacia el Padre, en la unidad del Espíritu Santo.
Esta apertura sana de verdad. Recordemos el episodio donde Jesús dice al sordo: “¡Ábrete!” (Mc
7,34), y se sanó.
Si la vida de la Iglesia es comunión, entonces el proyecto de Dios nos abre a la solidaridad con todo
lo creado. La misa, en cualquier lugar donde sea celebrada, debe recordarnos su carácter de
universalidad, que nos compromete a cada cristiano no solamente con la realidad local sino con ese
mundo mejor, libre de violencia, de corrupción, de ideologías y de vicios que matan, engañan,
pervierten y dañan.
Pistas pastorales
Celebrar, adorar y contemplar el gran misterio de la Eucaristía es el compromiso que no debe ser
olvidado, haciendo que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana, que cada comunidad celebre
decorosamente, buscando la belleza de la celebración en su sentido, en sus formas simples, en su
rica tradición. La participación armoniosa de todos hace brillar el misterio y destaca el sentido sacro
de todos los momentos de la Eucaristía. Esperamos, aún con las medidas sanitarias, que recordemos
y vivamos el Día del Señor, y que nuestras asambleas, aunque sean afectadas en su número,
destaquen y den brillo a la celebración. Que la presencia de Jesús tanto en la comunidad reunida
como en la reserva del Santísimo Sacramento, atraiga a muchos por el fervor de los amigos de
Cristo. Que toda la pastoral de la Iglesia se nutra y se sostenga en Cristo Eucaristía.
En ese sentido, nos permitimos marcar algunos ejes de nuestra animación pastoral durante el Año de
la Eucaristía. Estos ejes corresponden “al hambre y la sed” que sentimos en medio de nuestro
pueblo.
Hay hambre y sed de una vida digna. Muchas familias tienen que dedicar gran parte de su tiempo
y energías para conseguir una alimentación deficiente e insuficiente. Nuestra Iglesia debe
profundizar su compromiso en la erradicación de la pobreza. Que todos puedan acceder a la comida
festiva y la reunión significativa simbolizadas en la Eucaristía.
Hay hambre y sed de integración. Nuestra sociedad dividida aspira a una reunión y una gran
reconciliación, fundada en la misericordia y la verdad. Celebrar el Año de la Eucaristía debe
abarcar a todos los grupos sociales e integrar todas las dimensiones de la vida cristiana para que la
Eucaristía sea realmente “fuente y culmen”. En las diócesis, en las parroquias, en las comunidades,
todos debemos buscar cómo celebrar y cómo profundizar cada uno desde su realidad y desde su
carisma: catequesis, liturgia, pastoral familiar, pastoral social, pastoral de juventud, grupos,
movimientos, etc. Hay hambre y sed de inculturación. Debemos hacer un esfuerzo para que la
celebración eucarística, sin perder su sentido y tradición, hable a nuestro pueblo hoy, en su lenguaje,
en su realidad, en su cultura. Aquí destacamos y valoramos el trabajo intenso para la elaboración
del misal y leccionarios en guaraní. Debemos seguir trabajando en este sentido.
Hay hambre y sed de formación. La Eucaristía nos remite a nuestra catequesis y a nuestra
formación permanente. Muchos dejan de formarse después de la primera comunión celebrada
cuando niños o preadolescentes. Necesitamos cristianos maduros, adultos en la fe, que sepan
responder de su fe en la cultura y en los desafíos de hoy, que desarrollan competencias que sirven a
la comunión, a la reconciliación, a ser agentes de paz y de justicia en la sociedad. Necesitamos
profundizar la experiencia del encuentro con Cristo, descubrir nuestra vocación, llegar a desplegar
plenamente los talentos que Dios nos regaló. Hay que seguir impulsando procesos de formación, no
solamente espacios.
Hay hambre y sed de participación. Algunos se acomodan muy bien de un modelo pasivo de
presencia en las asambleas eucarísticas y en la vida comunitaria. Otros son más inquietos. Todos
nos debemos sacudir y ser Iglesia viva, activa, donde todos los dones son importantes, todos los
miembros, hasta los más humildes, son preciados. Debemos convertirnos a la sinodalidad, no en
palabras, sino en acciones concretas. Necesitamos madurar todos en la cultura del diálogo, de la
resolución de conflictos, en sentido de comunidad y en estilos de conducción que impulsen el
compromiso, la participación, los procesos de tomas de decisiones con sentido eclesial. Se necesita
que cada parroquia cuente con los consejos y equipos formados, activos, conscientes de su misión
de discernir y proponer a la Iglesia caminos de conversión y renovación.
Hay hambre y sed de reunión. No sabemos qué nos reserva el futuro, particularmente en este
tiempo de pandemia. Nos atrevemos a proponer la celebración de un congreso eucarístico
nacional en Caacupé el 24 de octubre 2021, precedido de congresos diocesanos a celebrarse en
torno a la fiesta de Corpus Christi (3 de junio). De esta manera acompañamos la celebración del
52° Congreso Eucarístico Internacional a celebrarse en Budapest del 5 al 12 de septiembre 2021.
Podemos empezar a preparar, sabiendo que tendremos que adecuar nuestra planificación a la
evolución de las condiciones sanitarias. En todas partes, tenemos que volver a aprender, dentro de
la nueva realidad pandémica y post-pandémica, a estar juntos, no sólo por necesidad, o para evadir
nuestra propia vida interior, o por intereses propios, sino para ser “uno como el Padre y el Hijo”,
santificados en la verdad (cf. Jn 17,17.19.21).
Hay hambre y sed de presencia. En muchos aspectos de nuestra vida personal y social, sentimos la
importancia de la mirada benevolente, el aprecio, el acompañamiento, la guía,… en fin, la presencia
dada y recibida para el crecimiento de todos, lo que Dios no deja de mostrarnos en Jesucristo. Es
una dimensión esencial de nuestra fe y de nuestra misión como Iglesia y la celebramos en muchas
devociones eucarísticas como la adoración y las procesiones. Ahí nos dejamos tocar por la
presencia de Cristo en medio de nosotros delante de quién nos quedamos en actitud de silenciosa
confianza y también nos sentimos enviados a acompañar así a nuestros hermanos y hermanas.
Durante el Año de la Eucaristía, fortaleceremos esas devociones con fervor y belleza.
Hay hambre y sed de una vida cristiana más significativa, y esto no tiene otro nombre que santidad.
Pedimos al Señor, que avive la santidad de su Iglesia. Los santos han encontrado en la Eucaristía el
alimento para el camino de perfección. Queremos ser también santos de hoy. Por eso imploramos
también a nuestra Madre Santísima y nos ponemos todos bajo su amparo. Como Ella, en cuyo seno
se encarnó el Verbo Eterno, queremos ser la Iglesia que da a luz a los nuevos Cristos de este tiempo.
Que celebremos este año eucarístico, pronunciando convencidos: ¡Bendito y alabado sea el
Santísimo Sacramento del Altar y la Virgen concebida sin mancha de pecado original!, y
reavivemos la verdadera devoción que es centro y culmen de toda la vida eclesial, como lo muestra
Ella, la primera seguidora y adoradora de Jesús.
Con nuestra bendición,
Los obispos del Paraguay
Diciembre 2020
Iglesia
Comunicado ante el atentado a la Biodiversidad en el Paraguay
Varias organizaciones socio-eclesiales se pronuncian a través de un comunicado a la opinión pública, dolidos e indignados sobre el terrible daño que están sufriendo las poblaciones campesinas e indígenas del Paraguay, por el avance de la deforestación, la quema indiscriminada de los bosques, la contaminación del agua, tierra y el aire y el incumplimiento de las leyes ambientales.
Articulación Chaqueña-ACHA, Coordinación Nacional de Pastoral Indígena-CONAPI, Conferencia de Religiosos de Paraguay – CONFERPAR, Red Eclesial Gran Chaco y Acuífero Guaraní – REGCHAG, Vicariato Apostólico del Pilcomayo – VAP, Vicariato Apostólico del Chaco – VACH y VIVAT Internacional Py, son las que emitieron el comunicado:
Comunicado ante el atentado a la Biodiversidad en el Paraguay
Iglesia
Intención de oración: Por el cuidado pastoral de los enfermos
La Santa Sede ha dado a conocer las intenciones de oración del Papa Francisco para el mes de Julio 2024.
Intención de oración: Por el cuidado pastoral de los enfermos
Oremos para que el sacramento de la Unción de los Enfermos dé a las personas que lo reciben y a sus seres queridos la fuerza del Señor, y se convierta cada vez más para todos en un signo visible de compasión y esperanza.
Iglesia
Comunicado del Consejo Episcopal Permanente sobre Asamblea de la OEA
A las autoridades nacionales,
A los fieles católicos,
A las personas de buena voluntad:
Nuestro país será sede de la 54ª Asamblea Permanente de la Organización de Estados Americanos,
OEA, los días 26 al 28 de junio próximo y tendrá como tema central: «Integración y seguridad
para el desarrollo sostenible de la región”.
Al respecto, el Consejo Episcopal Permanente de la CEP expresa:
Valoramos organizaciones como la OEA, que trabajan por la paz en la región, el entendimiento
entre los pueblos, la institucionalidad democrática y el respeto a los Derechos Humanos en nuestro
continente.
Consideramos que las condiciones adecuadas para el desarrollo de los pueblos se dan solo en
profundo respeto a la libertad y la dignidad humana, en armonía con el cuidado de la Casa Común.
En este contexto, señalamos que el marco constitucional de nuestro país protege la vida y la familia
como valores fundamentales sobre los que se edifica nuestra sociedad nacional. El derecho a la
vida es inherente a la persona humana, siendo la familia el fundamento de la sociedad. (cfr. Art. 4
y 49, Constitución Nacional).
En ese sentido, consideramos que ciertas resoluciones propuestas para ser aprobadas, por algunos
países sobre la vida y la familia, no condicen con nuestra carta magna y pueden afectar a nuestra
soberanía, por lo que instamos a nuestras autoridades representantes ante la OEA a realizar las
objeciones que, por derecho, tenemos como país miembro.
La Iglesia cree firmemente en el valor de la vida, desde su concepción hasta la muerte natural, y
en la familia, constituida sobre el matrimonio del hombre y la mujer; por lo que exhortamos al
respeto a estas convicciones de nuestro pueblo y que están garantizadas y protegidas por la
Constitución Nacional.
Saludamos a todas las delegaciones presentes para este evento de la OEA. Alentamos a que las
deliberaciones en nuestro país contribuyan al bien de nuestras naciones, a la protección y
promoción de los sectores sociales más vulnerables y necesitados, al cuidado y la defensa del
medio ambiente, y al combate eficaz contra el crimen organizado trasnacional, que debilita nuestra
democracia y amenaza la estabilidad de la República.
Asunción, 24 junio de 2024.
CONSEJO EPISCOPAL PERMANENTE DE LA CEP
Comunicado del Consejo Episcopal Permanente sobre Asamblea de la OEA
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